“Un desafío importante en la industria alimentaria es buscar la forma de cooperar y colaborar”
En medio de la pandemia por Covid-19, la industria alimentaria ha debido adaptarse al nuevo escenario mundial, que trajo grandes cambios en las formas de producción y, por supuesto, en las formas de consumo. Hoy existen desafíos que afrontar, con importantes aprendizajes. De eso y más conversamos con Winston Colvin, managing director de South Pacific Seeds Chile y consejero de Transforma Alimentos.
La empresa se dedica a la producción de semillas de hortalizas y promueve la industrialización de cultivos en granos, donde han desarrollado una serie de productos con semillas no gramíneas como quínoa, chía, amaranto y linaza, con las que han generado una serie de productos para proveer a varias marcas de alimentos en Chile y en el extranjero. Además, han apoyado el desarrollo de investigaciones con la albahaca y sus propiedades en conjunto con la Universidad Central.

¿Cómo han desarrollado su producción en este tiempo?
No ha sido nada fácil el tema de alimentos, porque en general estamos produciendo productos que no son masivos. Ahora la quínoa está empezando a ser más masiva. Estamos tratando de desarrollar o investigar subproductos que podamos obtener, un ingrediente que podamos sacar de esta semilla y no solo es ver la parte de la industria, sino ver la parte productiva a nivel de campo, porque la idea es que comercialicemos algo que se pueda producir en Chile. Eso para es vital. Encontrar canales no es fácil en general. Siento que las redes que tenemos en el país son débiles y se está perdiendo valor. Nosotros vendemos quínoa y hay muchos más que lo hacen, junto con otros granos, y hay muchas empresas que importan esos granos que ya se producen en Chile, porque no saben que se producen en Chile o porque no entienden la diferencia de calidad entre un producto que viene de afuera con el que se produce aquí.
¿Ese es uno de los grandes desafíos a los que se ven enfrentados como industria actualmente?
Sí. Lo que pasa es que la industria es demasiado diversa en materia de alimentos. Están las grandes empresas como Carozzi o Nestlé que, de hecho, abastecemos a ambas en distinta medida. Nosotros también hacemos productos para consumo de bebé, o sea, el grado de calidad es muy alto, pero también existen empresas intermedias que pueden estar generando productos que llegan al mercado o ingredientes y, después, empresas pequeñas que no tienen ninguna posibilidad de crecer y ahí hay una brecha tremenda. Lo vemos en todas las áreas, en todos los negocios. Grandes empresas que crecen y las chicas quedan fuera y, básicamente, es por falta de contactos. Al iniciar nuestra participación en el Consejo de Transforma Alimentos, vimos una matriz de complejidad de una provincia española y era por lejos más compleja que la chilena. Las redes de contacto y las formas en que se cruzan unos con otros son mucho más intrincadas.
En su visión, ¿cómo debería funcionar una red más compleja?
Cómo visualizo la red. Por ejemplo, si en un mercado tú tienes una línea y tiras arena desde arriba, o monedas, esas monedas van a caer por fuera de esta línea. En la medida en que esa red sea más densa, se va a formar una lona y, de alguna manera, las monedas que caigan desde arriba van a quedar sujetas por esa lona. A eso es a lo que deberíamos tender. A tener muy buenos contactos y colaboraciones dentro de la industria alimenticia. Ahora Chile es un país pequeño y eso lo hace más difícil porque somos súper competitivos unos con otros, entonces el que produce algo allá no quiere decirle al otro lo que está haciendo y yo creo que un desafío importante en la industria alimentaria es buscar la forma de cooperar y colaborar.
¿Qué se necesita para fortalecer esas redes? ¿Qué falta para que nos podamos parecer a esa matriz que mencionaba antes?
Antes que todo, creo que la colaboración nace de las crisis. Cuando existen crisis, en el fondo, existen esas oportunidades. Lo veo en el tema de semillas y otros productos que se puedan producir en campo, que en este momento no hay mano de obra. O la mano de obra es muy cara, pero definitivamente, no hay. Eso significa que nosotros tenemos que buscar instancias de mecanizar nuestros cultivos, automatizar las plantas. Por eso ir hacia una industria 4.0 creo que es inevitable porque si no vamos a quedar fuera del mercado. Empezar por ese desafío de manera solitaria, yo diría que es imposible. Probablemente, quienes pueden hacerlo son los grandes como Carozzi, Tresmontes o Nestlé, pero ellos son una parte de la industria y no la industria completa, entonces creo que la única forma es crear instancias de colaboración, donde podamos unir nuestra industria con otras industrias y aliarnos con la academia y la sociedad en general. De esa manera es que se hace más densa esta red. Hay muchas personas creando soluciones, pero no nos vamos a encontrar si no generamos la instancia. También tenemos que conversar con gente más joven y entender cómo funcionan hoy en día.
Menciona la academia. ¿Cómo ve la formación de profesionales para estas áreas hoy? ¿Se han preocupado de ir actualizando este tipo de conocimientos?
Creo que no. Si pensamos que solo tenemos que trabajar con sistemas como SAP o mejorar la técnica para usar Excel, estamos perdidos. Creo que, si no nos subimos al carro de la tecnología más avanzada, vamos a quedar nuevamente fuera, como ha ocurrido antes en Sudamérica y en África. Los que logaron subirse a la tecnología fueron los asiáticos, por eso han despegado. Creo que nosotros seguimos sin entender esa parte. No veo que en la academia tengan cursos específicos sobre eso y gente cruzando las carreras. Por ejemplo, ¿cuántos profesores de Ingeniería hacen clases en Agronomía? O, al revés, porque siempre pensamos que la ingeniería es la mayor, pero cuántas veces tenemos un agrónomo explicando los problemas que tiene en una facultad de ingeniería. ¿Por qué es importante esto? Porque se solucionan otros problemas mucho antes. Siempre he sentido que los ingenieros en alimentos debiesen ser más cercanos a los agrónomos y, a pesar de que cuando uno conversa encuentra que hay muchas cosas en común, hay otras que los separan.
Desde fuera parecieran ser complementarias. Llama la atención…
Siento que falta entender los problemas. Un ingeniero en alimentos puede estar pensando en calidad y puede estar pidiendo cosas que son imposibles a nivel de campo. Y lo veo en algunas de estas empresas grandes, cuando te llega una especificación que es irreal y al final se traduce en cosas que no se pueden realizar.
Aún estamos viviendo los efectos de la pandemia y todos los sectores productivos se han visto afectados. ¿Cuáles han sido los aprendizajes?
Creo que hay un tema de valorar los equipos que tenemos. Eso es muy importante. Cuando empezó la pandemia, nosotros al igual que muchas empresas redujimos nuestro staff y nos dimos cuenta de que podíamos hacer lo mismo con menos personas, pero con equipos afiatados. Creo que es un deber de nosotros cuidarlos, porque nos pasa ahora que, si queremos contratar personas, no las encontramos.
Nuestro contacto con clientes también lo empezamos a hacer distinto, porque de alguna manera la tecnología reemplazó en parte lo que son las visitas a terreno. No por completo, pero cambió.
Por último, los temas logísticos es algo que tuvimos que agilizar. Encontrar barcos y contenedores disponibles para exportar ha sido una dificultad tremenda y esto nos llevó a planificar con más tiempo que antes. En vez de tomar 45 días, que era una exportación normal, ahora está tomando tres meses.